I áre cenutye
Harnanien melio
Cenuotye tereve
Kirie indossenya (1)
Al despertar, una extraña inmovilidad y algo en su espalda llamaron su atención. Al abrir los ojos, y ver los brazos de Enlil rodeándola las imágenes de la pasada noche volvieron a su mente.
Completamente avergonzada, intentó levantarse con cuidado para no despertar al elfo, pero un rápido movimiento de aquellos brazos la acercó más al cuerpo del mago.
- No te vayas - susurró en su oído, el que luego comenzó a besar delicadamente, provocando un estremecimiento en la joven. Poco a poco comenzó a recorrer su cuello para terminar besando sus hombros, mientras una de sus manos bajaba lentamente por su abdomen.
Sin poder evitarlo, comenzó a responder a las caricias de Enlil, jadeando ante cada movimiento de sus manos. Reuniendo lo poco que le quedaba de su fuerza de voluntad intenta nuevamente escapar de sus brazos y levantarse, pero el elfo es más rápido y, con un hábil movimiento, la dejó recostada de espalda en la cama, colocándose sobre ella mientras enredaba los dedos en su cabello. Acercó su rostro al de la semielfa y comenzó a besarla de forma suave pero segura, destruyendo todas las defensas de la joven.
x - x - x - x
En cuanto Enlil se asomó a la puerta de la casa fue asaltado por un grupo de infantes que lo llevó a rastras junto a Akasavut, el entrenador de brujos del pueblo, para que les enseñara y les hablara de magia, batallas y la nigromancia reconocida de Ignis. Aunque la joven conjuradora tuvo el impulso de preguntarle la razón detrás de la enorme sonrisa que lucía el mago, prefirió esperar a que el pobre elfo se desocupara del asedio de los pequeños.
Su hermana apareció poco después, con un leve sonrojo y un extraño nerviosismo que se dejaba ver en la torpeza con la que realizaba las cosas que su madre le pedía. Por muy joven e inocente que fuera, su mente comenzó a atar cabos, y una sonrisa pícara asomó en su rostro. Cómo se iba a divertir molestando a su hermana.
Y no fue la única en darse cuenta de los cambios en esos dos.
La última semana había sido una de las más largas vividas por la pequeña Nilil. Pese a su corta edad, se había dado cuenta de que su padre se comportaba de forma distinta ante la semielfa, y podía imaginar su preocupación por las heridas de la joven. Con la perspicacia propia de los niños, no tardó en notar las reacciones de su padre y de la guerrera a su llegada al pueblo, las extrañas miradas que se daban y el nerviosismo que mostraban al estar juntos.
Y obviamente, se dio cuenta que su padre esa noche no apareció en el cuarto que compartían en la antigua casona de Dohsim.
Sin poder aguantar la curiosidad (también, muy propia de los niños), se acercó a la semielfa, quien se encontraba revisando las reparaciones a su armadura y equipo en el mercado, y tomando su mano le preguntó:
- ¿Vas a ser mi nueva mamá?
El rostro de la guerrera se tiño de fuerte carmín, ante las miradas curiosas de todos los presentes en el mercado. Unos metros a la distancia Enlil (que había escuchado perfectamente la pregunta de su hija), intentaba ignorar la (mal contenida) risa de Akasavut.
Antes de poder responder (mejor dicho, pensar en una respuesta), un fuerte grito proveniente de la entrada del pueblo desvió su atención.
- ¡¡PRIMAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!
- Oh, no – fue lo único que logró decir Climene antes de ser arrojada al suelo por una figura pequeña enfundada en una armadura de cuero. Tratando de superar la asfixia provocada por el fuerte abrazo del que era víctima, buscó con desesperación alguien que la ayudara a sacarse aquel peso de encima.
- Ele, ¡me estás ahogando!
- Primita lindaaaaaaaaaa – exclamó la adolescente bárbara sentándose junto a ella – estabatanpreocupadaporti :snif: cuandosupequetehabíanherido :snif: quiseiravertearaeperopapánomedejó :snif: yocreíaquetemoríasynoteveíamás :snif: primaaaaaaaaaaaaaa – volvió a exclamar para colgarse nuevamente a su cuello en un apretado abrazo.
La semielfa no pudo más que devolver el abrazo y tratar de consolar a su muy emocionada prima, bajo la mirada y risa de su hermana, Nilil y del resto de los mercaderes.
- ¿Quién es ella? - preguntó en el antiguo idioma el brujo al acercarse a ellas.
- Es la hija del hermano menor de la madre de Climene... es alocada, suele hablar demasiado rápido y muy emocional, pero igual la queremos – respondió la conjuradora disfrutando del espectáculo frente a ella.
Al oírlos, la (más) joven guerrera detuvo su llanto, soltó a su pariente y volteó a mirar al ignita seriamente.
- ¿Tú eres el brujo que desobedeció las órdenes del consejo para salir al combate frente a la muralla? - pregunto con extrema gravedad.
- Si, soy... - no alcanzó a terminar su frase, ya que la pequeña semielfa se lanzó contra él arrojándolo al suelo.
- Graciasgraciasgraciasgracias :snif: erestanbuenograciasporsalvaramiprimita :snif: siyolaquierotantoquenosequehariasinellla :snif: teadorareporsiempreserasmiheroe...
x - x - x - x
Una vez que lograron calmar a la pequeña bárbara (con un vaso de agua, ordenándole respiraciones lentas y que diera tiempo a que sus pulmones obtuvieran algo de aire entre cada palabra que emitía), pudieron acomodarse en la casona a conversar un rato durante la cena. Ele, como le gustaba que la llamaran (ya que su nombre completo, Tar Elestirne (2), jamás le había gustado) entretuvo a todos con los relatos de sus aventuras durante su entrenamiento, y no los dejó tranquilos hasta que le prometieron que la llevarían a conocer la Zona de Guerra cuando Climene se recuperara.
Al caer la noche, aún resintiendo las heridas del combate, la guerrera decidió retirarse a su habitación. Bajo la atenta mirada de su hermana y su madre subió las escaleras hasta perderse en el segundo nivel de la casa. Pese a los deseos de acompañarla, Enlil decidió quedarse, ya que había notado la forma en que la conjuradora lo observaba cada vez que se acercaba a la semielfa. Aunque su intento de que sus intenciones pasaran desapercibidas no duraron mucho.
- ¿No irás a dormir esta noche con Clime, Ada (4)? - preguntó con total inocencia su pequeña hija.
La joven bárbara lo miró con curiosidad, sin entender completamente a qué se refería la pequeña. Ananké intentó sofocar su risa con su mano, mientras su madre observaba con severidad al brujo ignita.
Completamente sonrojado, el elfo se levantó y, tomando a su hija de la mano, realizó una pequeña reverencia ante las mujeres presentes en el salón, y se retiró a su habitación. Demasiada vergüenza por un día como para intentar pasar la noche nuevamente con su amada semielfa.
(1) Poema I Áre Cenutye
La luz de tus ojos
me ha herido de amor
tus ojos penetrantes
se han clavado en mi alma
(2) Élfico, Señora de la frente estrellada. Nombre de una de las reinas de Númenor.
(3) Papá
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